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LARGO VIAJE

El Orfanato de los Símbolos

viernes, 5 de julio de 2013

MAÑANA

   


  MAÑANA












      La noche anterior al viaje es muy difícil dormir, no es necesario preparar los juguetes porque ellos están ahí, rodean las cosas, las cosas… todo son cosas para jugar, y jugar no es un juego, es estar en las cosas. Después de tantísimo tiempo ya no es teoría, ya no es recuerdo. Desde aquí me parece que habrá sido un error, alguien creó otro mundo, y por mera equivocación me fui tan lejos.

Ahora sé cómo saltar, estoy segura; me entrenaré para ponerme a dar saltos. Era una linda costumbre, no medir; el espacio se hacía un todo por el que se podía viajar, así fundidos el mediodía y la tarde, con los ojos, y desde el suelo los pies, llegabas a los tejados y aparecías donde el reloj era un cacharro, una almohada doblada, un plástico maleable, y descubriste un color cuyo nombre era un secreto. Una mañana estuviste a punto de averiguar algo que todavía sigue en aquella repisa a metros muy altos arriba de tu cabeza.

Te habían regalado una obra gigante con muchísimos instrumentos. Los había de metal incoloro con sabor frío y un poco amargo que se quedaba en los labios y lo tenías que retirar con las muñecas, haciendo un gesto como de retorcer la boca. Avanzabas el cuerpo y te adentrabas en otro, en un gesto circular con un sordo, grave, blando impulso que se llamaba tambor. A la vez que extendías las palmas en ademán de cruzarlas al otro lado. Mientras te deshacías en el brillo imantado del color blanco. ¡El color blanco!, éste si era un descubrimiento, todavía no has conseguido saber qué contenía ese silencio; pero el color blanco adoptaba distintos tonos e intensidad y transmutaba; su poderosa quietud iba cediéndole su misterio a los ausentes; y ellos después se movían y se agachaban, se citaban y retiraban una vez y otra vez y los volvías a hallar en muchedumbre. Dulces como una espiga, como sus granos verdes. Con sus dedos doblados, agitados, húmedos, que se solían mecer al calor del concierto. La muchedumbre, cuenco amarillo corriendo al sol, larga como las alas de un abanico; persistente como el rumor para que la mañana se deslizara en ella muy lentamente.

Me regalaron una vez un billete de viaje que me llevó hasta ti, mi muchedumbre de notas, mi paseadora incansable, mi nerviosismo, mi explanada de pan, mi riada de voces.
















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