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LARGO VIAJE

El Orfanato de los Símbolos

sábado, 6 de julio de 2013

TINTA



TINTA 










      La poesía está hecha de atribuirle a la tierra cualidades sonoras; a las paredes de aquellos prados el privilegio de haber sido revestidas para siempre del frescor de la hierba y de la cercanía del río, por el hecho de haberlas tenido que tocar con mis pies que están debajo de esta cabeza a la que se le supone el lugar en el que la poesía busca palabras.

Y esto, seguro, nada tiene que ver con las demoliciones a las que se hayan visto abocadas después. Ayer miraba la puerta que abría la casa en la que la noche anterior la poesía había traído, treinta años después, una mañana cualquiera en la que mi cabeza de niña entró allí. Miré esa puerta sin interlocutor otro que la imaginación y vi dos puertas empobrecidas hasta su desaparición, al igual que las piedras, mis piedras que fueron el escenario real, con su real sol y mi cuerpo caliente. Las he mirado todas las veces que me ha hecho falta, desde la esquina con cara de hombre enfadado al comercio, tirando por la derecha, y allí mismo, donde están las insulsas piedras, me doy cita con el poseedor del imperio.

He deseado montones de veces con toda el alma salir una mañana desde allí para mirar con los ojos de aquella niña. Hace tres noches no me podía dormir pensando en que iba a volver a estar en esa calle y en la otra y en la carretera en la que una mañana me fui con toda la luz de la plena mañana, carretera adelante, pensando, quizás, en este posible día de hoy, extrañada de no saber qué hacía yo allí tratando de comprender qué importancia tenían las pajas, las espigas, los palos, y cogí uno de ellos y lo retuve doblándolo en trozos más pequeños para que me fuera posible tener presencia de que estaba rodeada de realidades inauditas que, algún día, se diría de ellas que ya perdieron su tiempo de estar en el mundo. Me puse allí, juro que absolutamente empujada por aire, a caminar por la mañana, aquella vez que me solté como una argolla del resto del collar; creo que por entonces, vagamente, sentí un susurro de alguien que me llevó a anotar en un cuaderno aquellos descubrimientos incomprensibles y que yo no logré más que dejarlos así, muy torpemente, escritos como recuerdo.  









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