4 de julio de 1981
II
Unas veces convengo que se trata de una escritura, que únicamente así podré abordar su plenitud y su intensidad, puesto que ya he entendido que vivirá siempre conmigo; después hay otras que me parece inevitable el encuentro más alejado posible de las metáforas, se me hace paja en tales ocasiones deletrear, por mejor que lo hiciera, los mundos inagotables que se despertarán al volver, justo, la esquina aquella del atrio: ¿qué haría allí?, ¿a quién podría llamar?
¿Sería con palabras, también entonces, como intentaría darme a reconocer, hasta que se agolpasen en la garganta mostrándome que no estuvimos? Creo que no hay otra forma más que una inversión sin garantías, este duelo perpetuo entre tocar y perder todo de nuevo, y que lo único que puedo hacer es facilitar que se exprese.
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